Koori, Gringai, Murri, Noongar, Yamatji, Anangu, Palawah. Estos son algunos de los más de 400 pueblos aborígenes australianos que habitan el país del canguro y del koala desde hace más de 60.000 años. Algunos aún conservan una cultura ágrafa y costumbres nómadas comparables con las de bosquimanos, shoshones, derviches, sufíes y beduinos, pero muchos han terminado por olvidar su cultura y su lengua.
En este blog rastreamos las huellas de sus antepasados, algunos de los capítulos por los cuales en el 2008 el entonces Primer Ministro, Kevin Rudd, pidió disculpas públicas por los crímenes históricamente perpetrados a estas comunidades; así mismo, en el 2017 se prohibió escalar el enorme promontorio del Uluru-Kata Tjuta National Park, Patrimonio de la Humanidad y uno de los destinos más emblemáticos del país. En esta roca sagrada, rodeada del desierto australiano, donde los aborígenes creen que habitan sus seres ancestrales, y donde actualmente se reúnen muchos representantes de estas comunidades, empieza esta historia.
El Uluru y el Tiempo del Ensueño
El Tjukurpa o Dream-time [tiempo de los sueños] es el mito de creación que comparten las diversas comunidades de aborígenes australianos. Se ha transmitido de generación en generación como el código genético de culturas milenarias mutuamente identificadas. A diferencia de muchas otras mitologías –como la griega o la judeo cristiana–, su discurso se asemeja mucho al actual psicoanálisis.
Al respecto, Bruce Chatwin refiere: “los mitos aborígenes de la Creación hablan de los seres legendarios que deambularon por el continente en el Tiempo del Ensueño, cantando el nombre de todo lo que se les cruzaba por delante —pájaros, animales, plantas, rocas, charcas— y dando vida al mundo con su canción. […] En la Australia aborigen, existen reglas específicas para ‘volver atrás’ o, más exactamente, para abrirte paso cantando hasta el lugar que te corresponde: el ‘lugar de tu concepción’, el lugar donde está guardada tu tjuringa. Sólo entonces puedes convertirte —o reconvertirte— en el antepasado”.
Pinturas rupestres, canciones solemnes y danzas rituales recrean un mundo soñado por espíritus. En la roca de Ayers –Uluru, en lengua Pitjantjatjara– se conservan pictogramas anteriores a la edad del hielo en los que hay figuras alusivas a la serpiente arcoíris, el hombre lagarto y otras personificaciones de un tiempo onírico del que, según los aborígenes, surgen las personas como una parte más del paisaje del sueño.
Los primeros moradores
Algunos científicos conjeturan que los primeros moradores de Australia debieron establecerse cuando el mundo era una inmensa Pangea continental y el otrora territorio de Sahul se encontraba integrado a Papua Guinea. Otros suponen que han debido navegar miles de años antes de que la humanidad dominase el tránsito marítimo. En muchos aspectos, la historia de los aborígenes australianos es un misterio.
Gran parte de su legado cultural se perdió en el incendio del Museo Nacional de Australia (MNA) en 1882. Aunque muchas de sus comunidades han sido descritas por antropólogos e incluso tomadas de ejemplo para explicar estructuras de parentesco o rasgos totémicos, la verdad es que sabemos muy poco de los aborígenes australianos; de hecho, gran parte del acervo corresponde a simples prejuicios.
Apenas hace algunas décadas, en 1984, se descubrió la última tribu. Hasta hace apenas algo más de 50 años los aborígenes australianos son registrados en el censo. Y aún siguen reclamando muchas de sus propiedades ancestrales así como algunos de sus derechos básicos.
Más que ‘cazadores-recolectores’
Aunque habitualmente se asocian estas actividades a un sistema de sustento propias del Paleolítico y del Mesolítico, en la actualidad persisten costumbres de caza y de recolección, sobre todo, en comunidades nómadas y en tribus que habitan parajes inhóspitos como desiertos o glaciares a lo largo de todo el mundo. También en zonas selváticas prácticamente impenetrables de América.
Frutos del bosque, bayas y el tradicional caldo de tortuga constituyen los ingredientes principales de la dieta del aborigen australiano. Estos productos han cobrado alguna popularidad en ciudades principales, donde se ofrecen platos del denominado bush tucker.
Pero los aborígenes australianos fueron mucho más que cazadores-recolectores. Si bien las travesías eran su agricultura y no hay vestigios de grandes construcciones como en otros casos de civilizaciones antiguas, gracias a la tradición oral y a otras formas de transmisión de la cultura, cada vez se descubren más precisos y sofisticados conocimientos de astronomía e incluso de medicina alternativa conservados por los aborígenes.
Un mundo habitado
Durante siglos se consideró a Madeira –colonizada a partir de 1419 por los portugueses– como el modelo de expansión por antonomasia. Pese a que recientes hallazgos en el yacimiento fosilífero de Ponta de São Lourenço señalan que al parecer comunidades humanas habitaron el archipiélago hasta el siglo XI de nuestra era, para cuando los navegantes portugueses encallaron por primera vez en sus costas no encontraron a nadie que quisiera reclamar sus tierras.
A diferencia de los portugueses, el teniente de la Marina Británica, James Cook, no llegó a la actual Australia por error, alejado de su ruta por el mal tiempo; tampoco reclamó territorios deshabitados de comunidades humanas y lo que encontró para nada fue una zona yerma o baldía. Las renombradas expediciones del HMS Edeavour tenían un propósito cartográfico, por lo que el mote de Terra nullius [tierra de nadie] tiene una connotación, por lo demás, bastante tendenciosa.
De hecho, se ondeó la bandera británica, bautizando la ensenada con el nombre de Botany Bay. Es posible suponer que ya se contaba para entonces con registros sobre las tribus que habitaban esta región, así como notas sobre su fauna única, debido a previas excursiones holandesas.
Gran parte de lo que sabemos sobre aquella época ha sido extraída directamente del diario de Cook, por lo que algunos columnistas pueden llegar a criticar tanta cortesía. Bill Bryson, con algo de humor señala que el Gobierno de Australia “[…] lo trata con la clase de reverencia que en Estados Unidos reservamos a antiguos tesoros como la Constitución y Nancy Reagan”.
Es curioso que uno de los registros más populares de los siguientes desembarcos, con flotas repletas de presos británicos, ya no es el diario del homólogo de Cook, el capitán Arthur Philip –gobernador de las primeras colonias europeas y fundador de la ciudad de Sydney–, sino un retrato suyo, pintado justamente por un aborigen.
El proceso colonizador
La expresión latina Terra nullius históricamente ha sido utilizada como una especie de salvoconducto de exterminio durante los procesos de colonización. Desde el desembarco de las primeras flotillas de prisioneros provenientes de atestadas colonias presidiarias hasta inicios del siglo XX literalmente se diezmó la población aborigen. En este periodo se registran una serie de eventos belicosos, así como algunos acuerdos históricos de mutua convivencia sencillamente rechazados por la Corona.
La conocida compra de terrenos de John Batman de 2.000 km² al pueblo Wurundjeri en 1835, en la región de Port Phillip, fue invalidada aún en tiempos en los que se reconocían universalmente los Derechos Humanos. Tras la masacre, apenas 3 años después, de una comunidad pacífica de 28 aborígenes acampados cerca de una cabaña de convictos, el 9 de junio de 1838 se promulgó una sentencia aleccionadora en la que 7 de los responsables fueron llevados a la horca. A estos hechos execrables, que se replicaban a lo largo de todo el territorio, se le sumaba la expropiación sistemática de territorios de caza y de recolección, lo que provocaba hambrunas cada vez más letales.
Enfermedades, epidemias
La viruela, según algunas crónicas, arrasó la mayor parte de la población Darug, una de las tribus más numerosas de la época. La varicela, el sarampión, la gripe y la tuberculosis tuvieron un efecto similar. Las enfermedades de transmisión sexual contribuyeron también a reducir notablemente la fertilidad y la tasa de natalidad de los aborígenes. Se trata, evidentemente, del capítulo más triste de la historia de los aborígenes australianos, en el que llegaron a desaparecer comunidades completas, y con ellas, sus cosmovisión, su lengua y su cultura.
Los trazos de la canción
Bruce Chatwin, en un tejido narrativo que combina la novela con la crónica y el aforismo, indaga sobre aquel pasado aborigen. Escribe: “en mi infancia nunca oí la palabra Australia sin evocar los vahos del inhalador del eucalipto y un país interminablemente rojo poblado por ovejas”. Describe a los aborígenes como “individuos esbeltos y angulosos [que] andaban desnudos” y sobre los cuales se han creado innumerables prejuicios.
El personaje principal es un viajero empedernido en busca de sus orígenes. Apenas en los primeros capítulos refiere: “alguien del Departamento de Asuntos Aborígenes —creo que fue el ministro en persona—, ha dicho que, en el Territorio Septentrional, el ‘ganado de propiedad extranjera’ disfruta de más derechos que algunos ciudadanos australianos”. En esta misma línea narrativa, un ganadero de Ulster alude: “desde que empuñé mi lanza, no ha pasado un solo día sin que matara a un hombre de Connaught”.
Ante el comentario de la concepción de estas tierras como un lugar sagrado que hace que regresen, pese al evidente peligro, el ganadero replica: “bueno, si lo mira desde el punto de vista de ellos toda la maldita Australia es un lugar sagrado”. Esta reflexión sobre los procesos colonizadores, siempre deshumanizados, cierra con un oscuro texto sumerio: “sin la coacción no se podía fundar ninguna colonia. Los trabajadores no aceptaban al supervisor. Los ríos no traían el aluvión”.
Las ciudades y los rediles
Al interpretar el fenómeno de colonización de un territorio habitado primordialmente por comunidades nómadas, Chatwin establece una relación lógica entre las costumbres del pastoreo, propias de asentamientos sedentarios, y la consolidación de grandes ciudades. Alude: “
Puede argüirse que el Estado, como tal, nació de una suerte de fusión ‘química’ entre el pastor y el labrador, una vez que se descubrió que las técnicas de la coerción animal se podían aplicar a una masa campesina inerme. Los primeros dictadores no sólo desempeñaron el papel de ‘Amos de las Aguas Fertilizantes’ sino que se llamaron a sí mismos ‘Pastores del Pueblo’. En verdad, en todo el mundo, las palabras que designan al ‘esclavo’ y al ‘animal domesticado’ son las mismas”.
Y concluye: “a las masas se las ha de acorralar, ordeñar, encerrar (para salvarlas de los ‘lobos’ humanos que están fuera) y, si es necesario, encolumnar para la matanza. […] Por tanto, la Ciudad es un redil superpuesto a un Jardín”.
Bringing them home
En 1997 la Comisión Australiana de Derechos Humanos publicó un informe de 524 páginas (al que puedes acceder aquí), titulado Bringing them home [trayéndolos a casa]. En él se recogen testimonios sobre alrededor de 100.000 niños que nunca más volvieron a su hogar. Entre casos de detenciones juveniles, reportes de maltratos y abandonos, se comprende el modo en que tantos hijos de aborígenes fueron arrebatados a sus padres.
Muchos de ellos intentaron en vano rastrear la ubicación de su familia y este es el drama general que se trata en la novela Los trazos de la canción a la que nos hemos venido refiriendo. Pese a que muchos de estos niños se convirtieron en ciudadanos con privilegios, sus propios rasgos físicos y un llamado viajero les orientan, como los espíritus danzantes del Ensueño, a encontrar sus raíces milenarias.
Tal como puedes leer en su sitio oficial, la mancomunidad dedica este informe “a la fortaleza y a las luchas de los aborígenes del Estrecho de Torres afectados por la expulsión forzosa”. Es uno de los tantos esfuerzos de reivindicación histórica de los pueblos aborígenes, a los que se suman identidades nacionales por elementos autóctonos tales como el didgeridoo o la pintura Yumari, así como el extendido uso de la bandera aborigen durante el Australian day
La bandera aborigen
En otro de nuestros blogs, sobre bandera de Australia, te comentamos la crítica de la conmemoración del 26 de enero, fecha en la que arribaron las primeras flotillas de colonos británicos. Algunos denominan a esta fecha con apelativos, tales como: “day of mourning, survival day” e incluso “invasion day”. Suele ondearse con orgullo para esta fecha la bandera aborigen, de fondos rojo y negro, en alusión al ocre ceremonial y el tiempo ancestral del Ensueño. Aunque el diseño se le adjudica a Harold Thomas, quien la propuso como bandera oficial a mediados de la década de los 70, se inspira en los símbolos de las campañas de guerra, caracterizadas por recursivas redadas aborígenes de asalto y fuga.
El didgeridoo australiano
Este particular instrumento musical, fabricado con el eucalipto hueco que dejan las hormigas, data de hace al menos un par de milenios. Su sonido vibrante y profundo es un referente del chamanismo ritual, el primitivismo e incluso de las tendencias naif. También se han hecho arreglos en los que se incluye para orquestas. Sin duda adquirió mucha popularidad luego de la particular interpretación del jamaiquino Wallis Buchanan en muchos temas del artista funk británico Jamiroquai.
Uno de ellos es Journey to Arnhemland, un tributo a las comunidades Yolŋu, Miwatj y tantas otras que viven en estaciones remotas de esta región ubicada apenas a 500 kilómetros de Darwin, donde se han hecho hallazgos antropológicos como el hacha de piedra más antigua del mundo (de hace más de 35.000 años). Arnhem Land es la cuna del movimiento Outstation que en la década de los 80 hizo eco mundial por el reclamo de los derechos de los aborígenes australianos.
Yumari
Esta pintura del artista aborigen Uta Tjangala (1926-1990) sirve de marca de agua de los pasaportes australianos y hace parte de la colección del mismo nombre que se encuentra actualmente en el MNA.
Aquí puedes acceder a una muestra virtual. Tjangala viajó extensamente durante toda su vida, dando a conocer su obra y el arte aborigen, pero además fue un notable líder Pintupi. La pieza original sobre lienzo belga cuenta con círculos concéntricos y una figura antropológica que algunos asocian al ser de piernas cortas y otros al hombre serpiente. Con el tiempo se ha convertido en un símbolo de reconocimiento, de identidad, y es un hito en la historia de los aborígenes australianos. Además de narrar un pasado ancestral, como refería Tjangala, es una invitación a volver la mirada.
Volver la mirada
En el primer capítulo del célebre ensayo La sociedad del cansancio el filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han sostiene que “el comienzo del siglo XXI desde un punto de vista patológico no sería bacterial ni viral, sino neuronal”. En el documental homónimo usa una analogía zoológica, por lo demás, bastante ilustrativa. Explica: “peces como el tiburón o el atún tienen unas agallas muy ineficientes.
Deben estar constantemente nadando para asegurar que fluya el agua suficiente a través de sus agallas. Se sofocan si no nadan. Esto significa que deben apresurarse en el agua, incluso cuando duermen, para asegurarse que entre el agua suficiente. Es posible que en el futuro la gente trabaje incluso cuando duerma, como los tiburones o los atunes. ¿Querrá la gente dejar de dormir y de soñar, porque ya no es lo suficientemente eficiente?”.
En Byung-Chul Han encontramos una enérgica influencia de Nietzsche, en la medida en que escribe, como dice el aforismo, “para detener al ciudadano de afán”. Pero comparte con el teutón la tendencia a acudir a las denominadas filosofías orientales. En el prospecto terrible que se abre ante la dialéctica del ser contemplativo e ineficaz versus un ser activo, pero cansado, encuentra una alternativa milenaria, la del vagabundeo.
“El vagabundo de Zhuangzi –recuerda– es un filósofo taoísta. No se cansa aunque camine millas. Describe el vagabundeo sin esfuerzo de la siguiente manera: todas las diferencias han desaparecido. Mi voluntad no tiene destino y no tengo idea hacia dónde voy. Voy y vuelvo y no sé dónde vuelvo. Voy y vuelvo y no sé dónde parar. Vengo hacia adelante y hacia atrás y no sé dónde terminar”.
El nomadismo filosófico
En su esfuerzo por intentar comprender el pensamiento ancestral de los aborígenes australianos y su tendencia a mantener costumbres nómadas pese al avance de un mundo cada vez más sedentario, pero hiperactivo y neuróticamente acelerado, Chatwin atiende a diversas tradiciones filosóficas con una intuición muy similar a la de Byung-Chul Han. Veamos algunas:
Alude: “en el Islam, y sobre todo en las órdenes sufíes, la siyahat o ‘deambulación’ —el acto o el ritmo de caminar— se utilizaba como técnica apropiada para disolver los vínculos del mundo y para permitir que el hombre se perdiera en Dios”.
Encuentra semejanzas entre los espíritus del Ensueño y algunas personificaciones de culturas nómadas como el “‘muerto caminante’: un ser cuyo cuerpo permanece vivo en la tierra pero cuya alma ya está en el Cielo. Un manual sufi, el Kashf-al-Mahjub, dice que, al aproximarse al final de su viaje, el derviche se convierte en el camino y no en el caminante, o sea, en un lugar sobre el cual transita alguien, no en un viajero que sigue su propio libre albedrío”. En suma, emprende algo así como un nomadismo filosófico, un vagabundeo analítico, incluso para interpretar la cultura y los hábitos de los pueblos nómadas.
Los esquimales y el capitalismo ‘woke’
En la actualidad, los pueblos aborígenes australianos constituyen apenas un tres por ciento de la población total del país del canguro y del koala, pero como te hemos venido contando, su historia, su cultura e incluso su forma de vida impregnan de orgullo y de sentido a los ciudadanos de este inmenso país. También han atraído el interés de personas de todo el mundo, quienes a menudo los llamamos nuestros hermanos mayores.
Sin embargo, es importante que este fenómeno no caiga en el simple exotismo o en lo que algunos han denominado el capitalismo ‘woke’. En su artículo al respecto (que puedes leer en detalle aquí), el escritor Juan Manuel Martínez lo define “como una forma de vida que pretende estar fuera del sistema mientras se nutre del mismo. […] Políticamente correcto y supuestamente virtuoso […] busca la oportunidad de desplegar —a través de redes sociales— su compromiso con un sinnúmero de causas”.
Pero no se trata, en el fondo, más que de un sistema tendencioso de recaudación monetaria. Un ejemplo que tal vez no ha causado el suficiente revuelo es el de los esquimales, quienes –valga la aclaración– prefieren que los denominen por el apelativo que les une como pueblo: Inuit.
Cazar no es de salvajes
El documental Angry Inuk, del 2017, explica fácilmente el fenómeno. Por un lado, Organizaciones No Gubernamentales y organizaciones animalistas extienden redundadas campañas para la protección de especies endémicas, supuestamente en peligro de extinción, como las focas. Por otra parte, y ante el funcionamiento de estas campañas, se cierra un mercado de pieles que ha sido el sustento principal de estas comunidades desde hace cientos de años.
Además de pauperizar a las comunidades Inuit, se les crea un prejuicio mediático según el cual son unos salvajes por cazar y comer un animal que ha sido la base de su dieta desde hace cientos de años y que, por lo demás, no se encuentra en vía de extinción. Pese a los esfuerzos de estas comunidades por revertir tan lamentable estado de la cuestión, estas organizaciones no cejan en su errata, pues les significa contribuciones anuales de miles de millones de dólares.
Vale la pena resaltar, además, que los métodos de caza tradicionales de los Inuit son, de lejos, los que menos afectan el ecosistema de las focas, los que menos le ponen en peligro de extinción. Muchos nos preguntamos cómo lo hacen. Seguro también te gustará saber cómo cazan los aborígenes australianos. Chatwin aventura una respuesta contundente: “¿Quieres saber cómo cazan los aborígenes? Pues cazan por instinto”.
Nota sobre el comercio de arte aborigen
Tal como sucede con los Inuit, se ha señalado a ciertos comerciantes de arte aborigen de incurrir en estas prácticas del denominado capitalismo ‘woke’. Algunas de las piezas que se exhiben en las salas del Museo de Arte Británico y en colecciones privadas son cotizadas por cifras de siete e incluso ocho dígitos. Pero en muchas ocasiones son compradas directamente a sus artistas por precios irrisibles o a veces hasta se truecan sólo por alimentos o por tabaco. Tjangala trabajó toda su vida para evitar esta tendencia cada vez más recurrente y aún bastante habitual.
Aforismos nómadas
Chatwin admira a los aborígenes australianos tanto como a los Inuits o a los tajiks beduinos que habitan en el desierto, virtuosos pueblos, próximos al estado primigenio del ser y “[…] alejados de los malos hábitos de los sedentarios”. En lugar de las frases sentenciosas, propias de la novelística del siglo XXI, reúne aforismos nómadas, buena parte de los cuales hacen parte del acervo de la oralidad y los caminos, que, en algún punto, se comparten. Estos son algunos, con los que, además, por ahora, nos despedimos:
“Yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra nuestro primo: yo, mi hermano y nuestro primo contra los vecinos; todos nosotros contra el forastero”. Proverbio beduino.
“La vida es un puente. Crúzalo, pero no construyas una casa encima”. Proverbio de la comunidad lapona.
“Es inútil pedirle a un vagabundo consejo para la construcción de una casa. El trabajo no se completará nunca”. Libro de Odas chino. Anónimo.
“No podéis discurrir por el camino antes de haberos convertido en el Camino mismo”. Aitareya Bráhmana.